Autor: Alfredo Enrione – Director del Centro de Gobierno Corporativo y Sociedad
La escena familiar: El secretario del directorio pasa horas puliendo cada palabra del acta. Los directores intercambian correos sugiriendo ajustes minuciosos. Mientras tanto, las decisiones importantes languidecen sin implementación y el contexto crítico de las decisiones se pierde en un mar de formalidades.
Entre El Quijote y un Twitter
Los directorios oscilan entre dos extremos igualmente peligrosos: las actas-novela que transcriben hasta los suspiros, y las actas-tweet que reducen horas de debate crucial a “se aprobó por unanimidad”.
El verdadero propósito se pierde en ambos casos: crear una memoria corporativa útil que permita entender no solo QUÉ se decidió, sino POR QUÉ y EN QUÉ CONTEXTO.
El costo del registro sin valor
La obsesión por el acta perfecta tiene consecuencias reales:
- Tiempo valioso perdido en ajustes cosméticos
- Contexto crítico diluido en formalidades
- Decisiones importantes sin fundamentos claros
- Aprendizaje organizacional desperdiciado
La memoria que importa
Un acta efectiva debe capturar:
- Los argumentos clave detrás de cada decisión
- El contexto que informó el debate
- Las preocupaciones expresadas
- Los supuestos críticos considerados
- Los riesgos identificados
- Los disensos relevantes
Más allá del ritual
El acta no es un ejercicio legal, es una herramienta de gobierno que debe:
- Permitir reconstruir la lógica de decisiones críticas
- Documentar el contexto para decisiones futuras
- Facilitar el seguimiento de acuerdos
- Construir aprendizaje institucional
Para reflexionar en el directorio:
- ¿Nuestras actas ayudan a entender el por qué de las decisiones?
- ¿Capturamos el contexto que futuros directorios necesitarán?
- ¿El tiempo invertido en el acta agrega valor real?
- ¿Estamos construyendo memoria corporativa útil?